“Mucha
gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el
mundo”. Siempre fue así.
Hay momentos en los que la movilización social generalizada puede acelerar los procesos. Vivimos en crisis, estafa o guerra que quieren ganar los de siempre.
En España, y otros países europeos, somos víctimas de recetas ideadas por aquellos que no conocen los problemas reales, cotidianos, de las grandes mayorías. Supuestos expertos que no ven. Para ellos, los que quedan en los márgenes no existen.
La historia se repite. Pregunten a los latinoamericanos por las consecuencias de sus años de reformas económicas. La Memoria es nuestra mayor garantía.
Puestos a recordar, me gustaría que se recordara a la generación de idealistas latinoamericanos. Locos, románticos que salieron a pelear. Consideraban hermanos a todos los que se indignaban ante situaciones de injusticia, a aquellos dispuestos a rebelarse y luchar por la dignidad.
Consiguieron muchas cosas. Otros no. Muchos de los más puros acabaron siendo atacados por sus antiguos compañeros.
Una de sus enseñanzas fundamentales es la coherencia. Coherencia para recordar que el fin no puede justiciar los medios; para recordar que ninguna ideología, ningunas siglas, pueden servir para justificar lo injustificable. Algunos de los mejores fueron condenados, marginados, por su espíritu crítico, por su afán de coherencia. Dijo Eduardo Galeano que “no merece la pena vivir para ganar”.
A veces, muchas veces, ganamos haciendo lo que la conciencia nos dice que debemos hacer.
Porque, como tantas veces se ha gritado en los últimos meses, “Sí se puede”. Desde el 15-M se ha recordado también que “si luchamos podemos perder, si no luchamos estamos perdidos”.
Estamos perdidos porque los mercados sueñan la destrucción de una sociedad de oportunidades, con un potente Estado del Bienestar. Trabajar más y cobrar menos recomiendan algunos. Quizás los mismos que admiran el llamado capitalismo de valores asiáticos.
La
historia no ha terminado, para disgusto de algunos. La historia, además, nos
demuestra que es posible construir alternativas. Nos demuestra que los cambios
son posibles y que la lucha por la dignidad y la justicia da resultados.
Otra historia, otro futuro, otro mundo es posible. Lo hemos comprobado muchas veces, se ha recordado en cada Foro Social Mundial.
La meta debe ser un horizonte donde nadie quede excluido, donde la libertad sea para todos.
Donde los que hablan de libertad no digan que no hay alternativa a un sistema en el que niños dalits deben disputar con las ratas unos gramos de alimento. No podemos vivir en una sociedad que permite que un niño viva en condiciones de extrema pobreza a pocos kilómetros del centro de la capital del país, una sociedad que permite que ese niño tenga que ser ingresado por la mordedura de una rata. Vivimos en un mundo donde algunos obtienen grandes sumas de dinero con la venta de armas a países con conflictos en los que participan niños soldados, donde la maximización de beneficios multiplica las víctimas por hambre. En un mundo con millones de esclavos prima el infoentretenimiento.
Defiende Zygmunt Bauman “la idea de que la libertad individual sólo puede ser producto del trabajo colectivo (sólo puede ser conseguida y garantizada colectivamente)”. Una propuesta radicalmente necesaria en una sociedad individualista, en la que se ha intentado privatizar la utopía, ante la pasividad de muchos. Sin ir más lejos, Ignacio Ramonet, recordaba que, en Europa, “los socialdemócratas, casi siempre apoyados por las izquierdas y los sindicatos, aportaron respuestas originales y progresistas: sufragio universal, enseñanza gratuita para todos, derecho a un empleo, seguridad social, nacionalizaciones, Estado social, Estado de Bienestar…”.
*Escrito para revista alandar
Hay momentos en los que la movilización social generalizada puede acelerar los procesos. Vivimos en crisis, estafa o guerra que quieren ganar los de siempre.
En España, y otros países europeos, somos víctimas de recetas ideadas por aquellos que no conocen los problemas reales, cotidianos, de las grandes mayorías. Supuestos expertos que no ven. Para ellos, los que quedan en los márgenes no existen.
La historia se repite. Pregunten a los latinoamericanos por las consecuencias de sus años de reformas económicas. La Memoria es nuestra mayor garantía.
Puestos a recordar, me gustaría que se recordara a la generación de idealistas latinoamericanos. Locos, románticos que salieron a pelear. Consideraban hermanos a todos los que se indignaban ante situaciones de injusticia, a aquellos dispuestos a rebelarse y luchar por la dignidad.
Consiguieron muchas cosas. Otros no. Muchos de los más puros acabaron siendo atacados por sus antiguos compañeros.
Una de sus enseñanzas fundamentales es la coherencia. Coherencia para recordar que el fin no puede justiciar los medios; para recordar que ninguna ideología, ningunas siglas, pueden servir para justificar lo injustificable. Algunos de los mejores fueron condenados, marginados, por su espíritu crítico, por su afán de coherencia. Dijo Eduardo Galeano que “no merece la pena vivir para ganar”.
A veces, muchas veces, ganamos haciendo lo que la conciencia nos dice que debemos hacer.
Porque, como tantas veces se ha gritado en los últimos meses, “Sí se puede”. Desde el 15-M se ha recordado también que “si luchamos podemos perder, si no luchamos estamos perdidos”.
Estamos perdidos porque los mercados sueñan la destrucción de una sociedad de oportunidades, con un potente Estado del Bienestar. Trabajar más y cobrar menos recomiendan algunos. Quizás los mismos que admiran el llamado capitalismo de valores asiáticos.
Podemos
comprobarlo, en nuestros días, con los activistas que han conseguido paralizar
desahucios. Es decir, han conseguido que no se expulse a familias de sus casas,
que no se destroce la vida de cientos de personas, que no se imponga la ley del
más fuerte.
Necesitamos
unirnos, no podemos dejar pasar más tiempo para construir alternativas
necesarias ante una realidad insoportable. Otra historia, otro futuro, otro mundo es posible. Lo hemos comprobado muchas veces, se ha recordado en cada Foro Social Mundial.
La meta debe ser un horizonte donde nadie quede excluido, donde la libertad sea para todos.
Donde los que hablan de libertad no digan que no hay alternativa a un sistema en el que niños dalits deben disputar con las ratas unos gramos de alimento. No podemos vivir en una sociedad que permite que un niño viva en condiciones de extrema pobreza a pocos kilómetros del centro de la capital del país, una sociedad que permite que ese niño tenga que ser ingresado por la mordedura de una rata. Vivimos en un mundo donde algunos obtienen grandes sumas de dinero con la venta de armas a países con conflictos en los que participan niños soldados, donde la maximización de beneficios multiplica las víctimas por hambre. En un mundo con millones de esclavos prima el infoentretenimiento.
Defiende Zygmunt Bauman “la idea de que la libertad individual sólo puede ser producto del trabajo colectivo (sólo puede ser conseguida y garantizada colectivamente)”. Una propuesta radicalmente necesaria en una sociedad individualista, en la que se ha intentado privatizar la utopía, ante la pasividad de muchos. Sin ir más lejos, Ignacio Ramonet, recordaba que, en Europa, “los socialdemócratas, casi siempre apoyados por las izquierdas y los sindicatos, aportaron respuestas originales y progresistas: sufragio universal, enseñanza gratuita para todos, derecho a un empleo, seguridad social, nacionalizaciones, Estado social, Estado de Bienestar…”.
La
socialdemocracia ayudó a construir sistemas que ofrecieron oportunidades
universales, donde la desigualdad aún se consideraba un mal social.
Sin embargo, continuaba Ramonet, “la socialdemocracia europea carece de nueva utopía social. En la mente de muchos de sus electores, hasta en los más modestos, el consumismo triunfa, así como el deseo de enriquecerse, de divertirse, de zambullirse en las abundancias, de ser feliz sin mala conciencia… Frente a ese hedonismo dominante, machacado en permanencia por la publicidad y los medios masivos de manipulación, los dirigentes socialdemócratas ya no se atreven a ir contracorriente.”
En España es fácil constatar las consecuencias políticas de la traición a unos ideales, al ideal de sociedad justa. Se olvidó también defender el espacio público, defender la democracia como gobierno del 100%. “Todo es política”. La política es el arte de la construcción permanente, de hacer posible lo deseable, de buscar soluciones colectivas a los problemas individuales, de hacer posible que cada persona viva una vida plena. Una causa justa. Que los indignos no la conviertan en indigna. Luchemos. Lo haremos, en palabras de Víctor Alonso Rocafort con “el valor que confiere saber que participamos en causas justas.”
Sin embargo, continuaba Ramonet, “la socialdemocracia europea carece de nueva utopía social. En la mente de muchos de sus electores, hasta en los más modestos, el consumismo triunfa, así como el deseo de enriquecerse, de divertirse, de zambullirse en las abundancias, de ser feliz sin mala conciencia… Frente a ese hedonismo dominante, machacado en permanencia por la publicidad y los medios masivos de manipulación, los dirigentes socialdemócratas ya no se atreven a ir contracorriente.”
En España es fácil constatar las consecuencias políticas de la traición a unos ideales, al ideal de sociedad justa. Se olvidó también defender el espacio público, defender la democracia como gobierno del 100%. “Todo es política”. La política es el arte de la construcción permanente, de hacer posible lo deseable, de buscar soluciones colectivas a los problemas individuales, de hacer posible que cada persona viva una vida plena. Una causa justa. Que los indignos no la conviertan en indigna. Luchemos. Lo haremos, en palabras de Víctor Alonso Rocafort con “el valor que confiere saber que participamos en causas justas.”
Reflexionemos.
Busquemos la coherencia. Seamos capaces de mirarnos al espejo.
Nos va el futuro en ello.
Nos va el futuro en ello.
*Escrito para revista alandar